En el extraordinario tratado de filosofía de José Larralde “Herencia para un Hijo Gaucho» su autor remarca que si bien no pudo ser el primer eslabón del proceso que le dió la vida por haber nacido macho reclama su presencia en la sublime unión amorosa cuando anota “más no se olvide muchacho que yo ayudé a concebir”.
Y allí el macho se recibe de padre, rol que exige entregar su ser y el hacer total, sin excepciones y ansiosamente construir la familia en comunión con la madre, su compañera de cada día, por toda la vida.
Recuerdo los primeros pasos, del mocoso sus inquietudes, ilusiones, su afán por ganar sin perder una, obstinado como pocos y el tiempo que transcurrió veloz y maravilloso, cielos celestes, atardeceres llenos de cariño, su novia inseparable, María, que acaba de concretar su gran sueño, un hijo, que ya está malcriando desde la cuna y yo orgulloso de su respeto por los valores, el honor, la honestidad, trabajador incansable, su mano siempre tendida para quien lo necesite, obstinado amigo de los amigos, resguardo seguro de su madre y de este padre al fin del camino.
-¡Hijo!
-Si viejo
-“TE QUIERO MUCHO NINGO”
-Gracias.
Todo bien, todo mal, partió, ya nos veremos.