Ídolos falsos
con ojos turbios
de vicios claros,
que huelen a muerte
a polvo de esclavos.
Su vida les pesa,
el pasado les quema
y cínicos ríen,
ya sin conciencia.
En dolorosos vuelos
se obligan a soñar
imitando verdaderos sueños
de amor y libertad.
Venden su rostro
su vida y su alma
a cambio de un poco
de armonía y de calma.
Condenados a morir en vida
por su propia historia,
que no deja de mostrarles,
todas las heridas, que abrieron,
para llegar a la cima.
Fernando Gieco