Malabarismos de un funámbulo de nácar
en los ojos que no pueden ver el mar.
Opalinas estrellas que no lloran,
-tránsfugas cometas en la mente que sueña
contemplando la caída de las hojas-.
La sombra de una palabra reaparece
en el seno morado de la noche
titilando en sus sienes.
La jauría regresa y hablan los hechos.
El corazón su marcha apresura
porque teme la escarcha.
El lucero de la tarde, que en el alma yace,
brilla en la nieve fría.
El silencio del silencio calla inerte
y el viento trae una cercanía
en forma de blanca alondra.
El manantial prosigue en los sentidos
que se tornan lluvia añil y jubilosa.
Y el remoto mar, de nuevo, se hace sueño.
M. Carmen Gárate García