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Poema del amor y de la muerte

Vivir este voraz ceremonial
en el que los poros transpiran la vida.

Vivir la breve circunstancia de la caricia
la efímera entrega del amor

la huida del equilibrio, el vértigo total
como si arribáramos a la muerte.

Incendiar mi boca con tu nombre
los días precedentes al encuentro.

Incendiar tu boca y la piel
el recorrido que distancia nuestros cuerpos.

Incendiarnos ambos
con este fervor demente que aún nos recuerda.

Olvidar todas las ausencias
en este ritual constante sobre la piel.

Olvidar pasado, nombres, presencias.
Olvidar todo si es posible

y desbarrancarse
en el fondo de los sexos.

Escribir como único testimonio de nuestras vidas
escribir con goce, como delirio,

como comer pan o beber vino.
Escribir sin alturas ni bajo tierra

sin imagen de poeta ni postura de salvador.
Escribir, como alguien dijo,”con la propia sangre”,

con los dientes y las vísceras.
Sin fantasía, sin obligación, sin miedo

con riesgo de locura, con rebeldía de eco
que no se resigna a perder la voz pronunciada

con barro, con hierro, con fuego.
Escribir para vos y para mí. Escribir para nada.

Abrir tu puerta y abrirnos las entrañas
desde el comienzo de las miradas.

Abrir tu pueblo y las calles
desde los primeros pasos.

Abrirnos el pecho
y dejarnos sangrar desprevenidos.

Recordar ese rito desgarrado
rendido en las espaldas

esa prueba de bocas y dientes
grabados en los cuerpos.

Amar ese lento viaje por tus muslos
el trajinar indemne sobre las huellas del tiempo

surcando vulva y pechos
destruyendo mitos

destruyendo antiguas manos
en el imperativo afán de construir

una nueva piel y un nuevo sexo
en la penumbra de este cuarto.

Violar tu casa y la mía.
Violar todas las almohadas.

Violar los ojos castos.
Violar los sexos, los recuerdos,

los ojos de los que esperan.
Violar la mente como día último.

Urdir pequeñas y enormes artimañas
para encontrarte.

Urdir mentales intrigas
en las que todos los protagonistas resulten burlados.

Urdir una noche definitiva
para encender las luces de todos los escenarios

y ver a la humanidad perdida en los desvaríos
de sus pequeñas y cotidianas codicias.

Arder y mantener permanentes
los fuegos de todos los incendios.

Arder desde debajo de la piel
desde donde crecen los gritos.

Arder juntos,
con el crepúsculo.

Pregonar las voluptuosas ceremonias
que desarrollo por tus formas.

Pregonar tu nombre y el mío
aunque los demás crean en la palabra amor.

Pregonar el dolor de las cosas que nos separan
la desesperación del juego de olvidarnos

en la vana certidumbre que en la distancia
nacerá la posibilidad del abandono.

Pregonar el vuelo de las miradas cuando el universo
se hunde y sólo las estrellas nos salvan.

Alarmar a los que permanecen dormidos
para que alcen la palabra.

Alarmar constantemente a los pájaros
para que nunca dejen de cantar.

Alarmar a los ríos, las tempestades
a los pueblos, las ciudades.

Alarmar al mundo; para que viva.

Recorrer las calles sin nombre de los años
y nominarlas con las ideas de los enamorados.

Recorrer puertos y fronteras
y que los libros, los amigos, los unidos,

los desavenidos, los que ensalzan ciertas uniones,
los que desean, los viejos, los niños,

los demás poetas, las luces y las sombras,
los curiosos, los vecinos, los ancestros,

los sicólogos y demás enfermos,
los que no aceptan como son,

los que revolucionan con palabras,
las estatuas y los perros,


los guardianes de todos los zoológicos,
los actores, los comerciantes, los sabios,

los envidiosos, los santos,
los iluminadores y los iluminados

todos sepan que nos hemos evadido

aunque mirando nuestros rostros en los espejos
decidamos que es mejor morir sin que nadie despierte.

Guillermo Ibañez