Cerrados estás aquellos ojos de celestes metafísicos;
las campanas de Roma han detenido la historia.
El báculo horizontal duerme paralelo a su Pastor
y su rebaño bebe de la herida abierta de su anillo
la sangre del Pez que señala el erecto Norte de la Iglesia.
El varón íntegro expone el inmaculado testamento de sus manos,
y en lo cóncavo de esa tibieza transitan las incorruptibles páginas:
páginas de ternura materna, páginas de pedagógicos silencios...
páginas donde lloran los recónditos metales de Cracovia,
Y donde la vocación filosófica
encuentra el excelso anhelo de la última realidad posible.
Asciende lento el incienso solemne y quedan suspendidas nuestras lágrimas;
una vez más la Hostia Santa vuelve a elevarse, y de hinojos, su rebaño,
aspira la profunda fragancia del legado de su vida:
“Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso” – Dijo el Señor -; y medito
en esa promesa al combatiente y en la Cátedra de la Cruz.
Es la Pascua de Wojtyla, el Paso de Juan Pablo, el místico tránsito del Santo:
Allí esta “El Grande”, besando los Pies del Cristo, recuperado para siempre.
DIEGO CHIARAMONI
Abril 3 de 2005
DIEGO CHIARAMONI