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Sueños -Juan la vida no vale la pena, sentenció Mario. -¡Eso no es cierto! sostuvo Juan. -En serio te digo negro, no vale la pena. Es cachetada tras cachetada, empujones, serruchadas de pisos, traición, desilusiones, imborrables tristezas, exceso de penas, agregó Mario.- -Vos no te podes quejar Mario, apuntó Juan. Tenés un pasar envidiable, buena casa, buen auto, buena plata. No Mario vos no te podés quejar.- -Estás equivocado Juan. Nada es lo que parece y además la plata, el auto, la casa de nada valen si estás muerto de soledad, si nadie te piensa, si sos nada más que olvido, dijo Mario -Vos Mario - retrucó Juan - no aprecias lo que tenés, tu familia, tus amigos, tu trabajo, una profesión. No Mario, no sos justo. Te quejas de lleno. Ya me gustaría estar en tu lugar. -¡Ay Juan! Que equivocado que estás. Quizás no lo sepas, aunque es de conocimiento público, pero yo no tengo familia, ni trabajo, la profesión ha dejado de ser. Hoy es una de mis grandes desilusiones. Ejercer la abogacía era en las buenas épocas, respetar la ley, bregar para que tu cliente obtuviera lo suyo, lograr soluciones justas. La experiencia se aplicaba al servicio del derecho, el justo medio era el punto de referencia. Hoy todo eso no existe. Es un tenebroso asunto de amigos y compromisos, de componendas, de arreglos oscuros, de cuestiones sucias -A pesar de todo, remarcó Juan, aún cuando sea cierto lo que decís tenés un excelente ingreso, no necesitas trabajar para vivir bien, la cuenta bancaria siempre es generosa.- -Mirá Juan, todo eso no sirve si no tenés un lugar en el mundo, si estás aislado, si sos un nadie, si sos un tipo gris en medio de la procesión. En fin si sos un muerto en vida, concluyó Mario -Pero mírame a mí, replica airadamente Juan. Trabajo todo el día por un magro sueldo de dos mil pesos. Mi esposa María es empleada doméstica y con su ayuda más mi austera retribución, apenas si podemos pagar lo esencial y el alquiler de la casa. José, mi hijo mayor tiene que trabajar en el corralón de materiales, agachar el lomo, cargar bolsas para costear sus estudios de contador.- Mariana, mi hija, lo mismo, por unas monedas atiende un locutorio. Con ello se hace cargo de su carrera de psicóloga. Ni un franco, ni una salida, ni un vestido a la moda, lo justo.- La familia se junta nada más que a la hora de la cena. Allí en la mesa conversamos sobre nuestros problemas, alegrías, tristezas, planes. Es un instante de comunión que disfrutamos. Un instante y eso es todo. Apuntó Juan.- -¡Eso es todo! grita Mario, ¡Eso es todo! y añade daría el resto de mi vida por un día de la tuya. Tenés trabajo, tu mujer es una fiel compañera, tus hijos tabajan, estudian, te respetan, hablás con ellos, intercambian planes. Una maravilla Juan. Sos sun tipo muy afortunado. Vos sos el que no aprecia lo que tiene. Cada día vivís en familia, con tu esposa e hijos que te aman, que hacen cosas, son individuos valiosos, solidarios. Reitero, eso te sucede todos los días y agrega Mario, me rectifico, tu vida si vale la pena, la mía no tiene sentido.- -En verdad nunca había visto las cosas desde ese punto de vista dijo Juan, pero pienso que de todas maneras exageras. -Te juro que no exagero nada remarcó Mario. Mi esposa me abandonó, se hizo adicta al juego, me vendió la mitad de los pocos bienes que teníamos, se convirtió en un despojo, me da pena verla pasar. Mis hijos han dejado de llamarme o comunicarse de alguna manera conmigo. Para ellos he dejado de existir. A veces un mensaje de Miguel, el bohemio desorientado, siempre en problemas, siempre para pedirme dinero. No tengo familia Juan. Sólo un montón de recuerdos de los días felices, cuando mi esposa Sandra sonreía, cuando mis hijos eran pequeños granujas con cabello de trigo, tardes de plaza, tobogán, calesita. Tiempo de sol, sin nubes en el cielo. Hoy no hay nada culmina Mario.- -Bueno, dice Juan, disculpa flaco, no quería ponerte mal. -No es nada negro. Es esta maldita vida que me ha tocado y mi cobardía, mi falta de huevos para darle fin, resalta Mario y agrega ¿Como dice el tango? ¡Caza un bufoso y chau, vamos a dormir!.-Eso Juan, voy a dormir. El almuerzo me cae mal. Cada vez como menos y me siento peor. Dicen que vea al médico ¿Para qué? Ya no me interesa el duro transcurrir. Me da rabia el sol, el cielo sin nubes, ya no están para mí aunque siempre estén. Chau Juan me voy a sentar a uno de los bancos de la calle Florida, miraré por arriba el diario e intentaré una siesta. -Chau Mario, déjame acomodarte el sombrero que se te está cayendo. A vos lo que te hace mal son las dos botellas de tinto que tomas con el almuerzo. -Suerte, cuídate, agrega Juan. -Apenas Mario dobló la esquina encontró el banco pretendido. Como si lo estuviera esperando. Su pesada humanidad se desplomó sobre el asiento. Su mirada se dirigía a la cara de la gente que pasaba por el lugar, se regocijaba con los rostros preocupados, tensos, gestos llenos de presión, quizás porque ese mal de muchos era una pizca de consuelo para Mario. La idea que la desgraciada vida no le dolía sólo a él. Abrió el diario. Leyó por arriba la tapa y la contratapa. El cansancio pudo más y se durmió. En sus sueños se reencontró con los días felices, con la sonrisa de Sandra, los granujas en la calesita, el abrazo de los amigos, los asados, la charla interminable, los viejos, la casa donde creció, su hogar.- La humedad en sus ojos y el frío de la tarde le decían que había despertado. Que la ilusión había llegado a su fin.- Ningo |
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