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¿Qué hago con mis sueños? Ilusiones postergadas. Apetencias guardadas en el arcón. Mil excusas. Siempre un pero. ¿Temor? ¿Desidia? ¿Falta de atrevimiento? Esa playa inmensa, el mar sereno, celeste cielo sin nubes, andar descuidado, lejos de penas y obligaciones, cerca del placer, del sosiego, de la caricia sin precio. Casa pequeña, cálida, amplio ventanal, sillones, música suave, el aroma a rosa en todos los ambientes, la tibieza, la seda de una piel, labios suaves el milagro de un beso. Sorprendente arroyo de aguas susurrantes golpeando suavemente las piedras. El remanso. La paz. Mi sueño, el sueño, ya es tiempo. Allá voy. Pueblo junto al Atlántico, casa blancas, árboles verdes inmensos, todos los aromas. Una construcción con ladrillos a la vista y amplio ventanal llama mi atención. Precio razonable, rodeada de álamos y rosas al frente, verde césped, una pequeña parrilla, basta para mí. La voy vistiendo de a poco, se va convirtiendo en un confortable refugio. De las dos habitaciones, una toma destino de escritorio: compu, libros, cuadernos de trabajo, la página blanca siempre reclamando. El mar ahí no más. Media cuadra. Disfruto con su sonido por las noches. Allí está, lleno de vida, reclamante. La soledad, punto en contra. La nostalgia, tanto pasado que recordar, una vida intensa sin claros, sin pausas. El último tercio me sorprendió solo, me descuidé, esas cosas. Siempre pensé que un otro no se busca. Se encuentra, aparece, llega sin aviso ni invitación. Un día cualquiera se hace presente en la vida y comienzan a andarla juntos. En el pueblo descubrí un acogedor restaurante. Infaltable al mediodía y todas las noches hasta muy tarde, conociendo gente, haciendo amigos. Esa noche estaba hambriento, pensaba en una buena paella con un vino blanco seco bien frio. Al llegar me recibió el local vacío. Demasiada ansiedad, impaciencia por saborear un plato exquisito. Estaba haciendo mi pedido cuando entró al local una dama bella, realmente bella, cabello negro, ojos verdes como mi querido mar, ropa informal. Preguntó por algún lugar para pasar la noche. El dueño del restaurante le recomendó el único hotel del pueblo. Comenzó a buscar una mesa con la mirada. Aposté todas las fichas y la invité a cenar, a que se sentara a mi mesa. Me miró con picardía y aceptó. Reclamé al mozo que la paella fuera para dos. Comimos con avidez en silencio. El buen vino fue soltando el decir y nos charlamos todo. Me contó de su vida solitaria en el sur, de su profesión de abogada, del hartazgo por el derecho, los clientes y las obligaciones, la ilusión de encontrar un lugar tranquilo junto al mar. Entusiasmo. Lo que el médico me había recetado. Decidí actuar con prudencia. Venía muy golpeado por frustraciones amorosas de todo tipo. La acompañé hasta el hotel, esperé que se registrara. Quedamos en encontrarnos a la mañana siguiente. Pasear por la inmensa playa, recorrer el muelle. Llegué a la hora fijada. Ella esperaba ansiosa. Su austero pantalón y el generoso escote de su blusa mostraban a una mujer espléndida de piernas largas, piel de seda, labios de miel. Caminamos toda la mañana, retornamos al pueblo con apetito. Una entrada de rabas y un lenguado con el vino blanco de siempre. Durante la comida su mano se posó suavemente sobre la mía. Agradeció la hospitalidad, agregó que se ubicaría en alguna de las blancas casitas del lugar. La invité a tomar algo y aceptó. Fana del Nano Serrat, la complací. Pidió una copa de algo fuerte, serví dos vasos de buen whisky con hielo. Se acercó a mi lado, sus labios buscaron los míos, el contacto de su piel me estremeció, el amor se hizo presente. Por la tarde fuimos hasta el puerto, el cielo de fuego indicaba que las sombras de la noche eran el próximo paso. Luna llena, mil estrellas, mi brazo rodeando su cintura inexistente, abrazados hicimos el camino de vuelta a casa. A la mañana siguiente no la encontré en la cama. Un agradable aroma a café llegaba de la cocina. Espléndido desayuno, charla amena, anécdotas y risas. ¡Quédate conmigo! al menos un par de días y después decides. Aceptó. De esto hace ya un par de años. Agradecemos cada día este milagro de amor. Como dije, al otro no se lo busca. Aparece un día, sin aviso ni invitación, lado a lado la soledad se hace olvido y la vida se torna una dichosa aventura. |
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