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Paraíso Cansancio, le costó subir el último tramo de la escalera hasta llegar a su departamento. Un día duro, demasiados problemas sin resolver, la cabeza se partía en mil pedazos, sólo quería meterse en la cama. Abrió la puerta de la casa y dejó la llave puesta en la cerradura. Subió con esfuerzo hacia el dormitorio. Se desvistió, sintió un poco de frío, se colocó una remera y las anheladas sábanas fueron su destino. Apenas apoyó la cabeza sobre la almohada un intenso mareo lo conmovió. Intentó levantarse pero no pudo. Volvió a caer. Consciente intentó relajarse. Paulatinamente fue accediendo a un placentero adormecimiento, profundo túnel oscuro y la luz al final. Adiós. En un instante el sol, celeste cielo, las nubes. Luego de un tropezón con una piedra azul fuera de lugar perdió el equilibrio, comenzó a caer y antes de llegar al piso dos brazos lo sostuvieron y alzaron como a un niño. Cara a cara con su viejo. - ¡Raúl! -¡Papá! - ¿Que haces acá Raúl? - No se viejo, me acosté, me maree y tus brazos. - Lo lamento y me alegra. Este es el paraíso. Una maravilla - No lo puedo creer. Estoy muerto. - Vos no sé, pero la vieja y yo seguro. - Entonces yo también Un timbre intenso y prolongado alarmó a Raúl - Tranquilo dijo Oscar, su padre. Es el aviso para almorzar. Vamos nos encontraremos con mamá. - Ingresaron a una especie de galpón. Dentro de él una larga mesa. Cada silla un número. - Yo tengo el número trece dice su padre y mamá el catorce. Ayer se ocupó el asiento número quince, te vas a llevar una sorpresa. - Ansioso Raúl apuro el paso en dirección a la mesa. El cabello inmensamente blanco la delataba. - ¡Vieja! -¡Carlos! ¡Qué alegría! ¿Que haces aquí? - No sé vieja, creo que estoy muerto. No sabes la emoción, el placer de verte, besarte, renovar la tibieza de tu piel. - ¡Raúl querido!, ¡tanto te extrañé! ¡Mira con quien estoy hablando! Mi madre se aparta y allí, joven como siempre, el compañero de la silla diecisiete, flequillo en la frente, sonrisa traviesa, frotando sus manos, rápido para el abrazo ¡Alberto! el amigo gran compinche de siempre. - ¡Alberto!, Amigo gran amigo, demasiado tiempo sin abrazarte - ¡Carlos querido! ya todo está bien. ¡Alberto, amigo del alma, te fuiste sin avisar, siempre informal, siempre sin planes. - No se puede contrariar la esencia ¿pero que haces aquí Carlos? -No sé viejo. Pero si estoy muerto me da gusto, están todos mis viejos, vos, es bárbaro. Yo les voy a... Nuevamente el timbre, intenso, prolongado. Levanta la cabeza mira a un lado y otro tratando de encontrar a Alberto, a sus viejos. Nada. En su pecho una sábana blanca era prueba que nunca había salido de su cama. El sonido del despertador seguía intenso. Un insulto y el manotazo que lo transforma en triste silencio. Paraíso. |
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