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Match point

Mónica era fana de los zapatos con taco aguja. Bien altos. Desde siempre había cultivado ese berretín.
Una niña apenas y ya usaba los zapatos de mamá para hacer las primeras armas. Pagó esa aventura con más de un porrazo culminado en pícara carcajada de la mocosa. Adolescente, desafió los reglamentos de todas las escuelas a las que asistió. Guardapolvo blanco, sobrio traje gris o pollera escocesa con saco verde eran aceptados en la medida que incluyeran los zapatos de tacos altos.
Múltiples cambios de colegios por la causa aludida. La intransigente negativa de Mónica a prescindir de ellos. Enojos y recriminaciones varias de sus padres no lograron vencer tan firme decisión.
A los dieciocho años, la rebelde niña se convirtió en una hermosa mujer. Su figura turbaba a los varones de todas las edades, en cualquier ámbito. Alta, esbelta piel dorada por el sol. Una diosa.
Era una muy buena jugadora de tenis. Sus zapatillas llevaban una plantilla especial para aliviar el dolor de pasar de los tacos a nivel del piso. No le molestaba. Amaba ese deporte. Cumplía rigurosamente con los entrenamientos y las indicaciones de su entrenador. Tenía el mejor drive del circuito. Brazo bien atrás, fuerte brazo derecho que hacía estragos en la rival. La práctica del deporte blanco había contribuido a moldear su cuerpo, a otorgarle fortaleza y armonía.
En suma, Mónica era una mujer que no pasaba desapercibida jamás. En pocos años se convirtió en una dama bellísima.
Su metro ochenta no era impedimento para calzar los zapatos con tacos agujas. Bien altos. Para ella, el calzado con taco bajo no era propio de una mujer. Con él, la más espectacular de las féminas aparecía lánguida, triste, sin gracia.
A Mónica le encantaba la noche. Las luces, los boliches, los discos. Imponente, exuberante, era la clase de mujer que se desea en sueños y que amedrenta en la realidad.
Enormes ojos verdes, cabello negro brillante, labios siempre rojos y una inigualable cadencia al andar. Ese andar admirable y admirado. Gracia, encanto, seducción, el sabor de la vida encarnado en una mujer pura belleza. Su porte imponía respeto.
Obviamente, algunos privilegiados supieron de sus caricias, de los besos de miel, de su piel de seda. Nada que durara más que unas pocas semanas.
Cierta noche, tomando una copa en la barra de un pub al que acostumbraba concurrir, la impactó un hombre sentado a su lado. Alto, morocho, ojos celestes como el cielo, look informal, ropa de primera, aristocracia en la piel. Atrevida le pidió fuego con la obvia intención de comenzar una charla. Así fue.
Apreció su hablar pausado, seguro. Argumentos precisos inteligentes y esos ojos. No podía apartarse de ellos. Mónica estaba muerta por su compañero de copas.
Luego de varios tragos le preguntó su nombre.
-Mario –dijo el recién conocido, que agregó- ¿Vamos a bailar a algún lado más íntimo?
-Me encantaría- respondió Mónica
Fueron a un lugar de luz tenue, elegante, con música romántica. Mónica estaba rendida a los pies de Mario.
-Te invito a tomar una copa en casa- dijo él.
-Vamos- asintió prestamente Mónica.
Enorme departamento, todos los lujos y detalles. Un coñac francés, música suave, sillones de sueño. En minutos Mónica se durmió profundamente, cuando despertó estaba sin ropas. Sujeta de las muñecas y los tobillos a una enorme cama y en su boca una gruesa cinta adhesiva. Su atractivo acompañante acarició su cabello previo a abusarla en forma reiterada.
Muerta de furia, Mónica no creía que algo así le estaba pasando a ella. Maldecía su distracción, su estupidez.
Mario, agotado se retiró a descansar. Mónica intentó librarse de las ligaduras. Luego de gran esfuerzo consiguió zafar su mano derecha. Luego, una a una, fue quitando las otras sogas que la sujetaban, despegando la cinta de su boca, vistiéndose lentamente, con precaución. Recogió los zapatos y se dirigió hacia la puerta de salida.
Ya llegaba cuando apareció en el living su atacante, ya lanzándose sobre ella.
Instintivamente, Mónica tomó uno de sus zapatos por la suela, el brazo bien atrás -match point -y cuando Mario estaba en vuelo le aplicó un espectacular drive con el taco aguja de su calzado. Taco que acabó introducido profundamente en el ojo derecho de Mario. Le llegó hasta el fondo del cerebro. Cayó en silencio, espasmos, la sangre invadiendo la blanca alfombra. Golpe ganador. Fin del juego.
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