CUENTOS |
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Madre Vestuario de damas. Pileta de garrón, sándwich de jamón con granadina.- Mi madre y la gran fiesta. De regreso helados La Veneciana de crema y chocolate. Tan infantilmente feliz. La casa el abrazo del viejo que recién llegaba de los talleres del ferrocarril. Tibia cena, charla amena, sonrisas, la vida. A dormir. Mi cama Ruta, sueños de bicicleta Fiorenza, pelota de cuero, tibieza, el beso de la vieja, todo. El mundo maravilloso. El viejo, mozo de los coches comedor. Destino final Bariloche. A esperar en el Ultimo que pasara el tren el saludo, el beso con la mano, un par de potecitos de dulce de frutillas. Rojo Atardecer. La noche.Mil estrellas. Pedacito de campo correr sin trabas, libertad, vuelta a casa, la radio el Zorro, Poncho Negro y Calunga, los Pérez García.- Domingo de picado, rodillas raspadas, agua oxigenada y el rigor de mamá, caricia en la cara roja, transpirada. Franca sonrisa. Sobre la pared detrás de la cama de los viejos había una hermosa cara de Jesús, de bronce y al lado un enorme cuadro mío, con bombachón celeste, sonrisa que ya es olvido, cabello de trigo. Lindo pibe. Orgullo de la vieja. Su obra maestra. Una foto reproducía el cuadro. Siempre con ella, siempre exhibiéndola. Ese pibe creció, estudió, trabajó, luchó. Verdes y maduras. Tristezas y alegrías. Duro trajín. Familiero, rebelde, tantas cosas. Siempre el mate por la tarde, en el jardín. La mano de mi madre tibia, suave refugio. La vida, el exilio, dura enfermedad. Tipo fuerte, gran voluntad. Tres granujas que imitaron el pelo de trigo, una buena madre. La vieja sabia que ese viaje sería la última vez. Se infiltró, mil calmantes. Todo el cariño. Volví con ella. Estudios. Intervención quirúrgica, sus ojos celestes como el cielo me decían- no estés triste-. Se llevó mi foto del bombachón celeste al quirófano. Su foto. El corazón no resistió. La vieja marchó. La foto se fue con ella, nunca apareció Esa noche al lado del lucero apareció una enorme estrella brillante. La vieja sin duda, quien más. Cada noche, todas las noches levanto la vista al cielo y el beso es consuelo. Esa noche, como todas las noches de las madres, salí a caminar por la costanera. La blanca espuma del mar tenía un brillo distinto. Noche tremendamente calurosa. Sin aire, desabroche la camisa, miraba la estrella, la brisa fresca me regalo una prolongada caricia. Cerré los ojos. Una ráfaga de viento me vuelve a la realidad. Un remolino insolente, arrastraba hojas secas, un diario viejo, alguna flor marchita. Un pedazo de papel se pega a mi cuello, lo saco instintivamente, cae lentamente por la camisa, blanco, lo tomo con la mano, lo doy vuelta y allí estaba la foto de mi vieja, la del bombachón celeste. Mi foto. El remolino se para, parece que me sonríe. Grito ¡Viejaaa! ¡Te extraño viejaa!, El remolino se llena de lucecitas de mis colores, se pierde rápidamente en el cielo rumbo a la estrella junto al lucero |
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