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Amigas

Finalmente, Carlos le propuso matrimonio. Formal, por civil, por iglesia, con fiesta, flores, vestido de novia y luna de miel. Para formar una familia. El día de la primavera fue la fecha elegida para el gran evento Clara no lo podía creer, la gran ilusión a punto de convertirse en realidad. Lástima la hora, era de madrugada, todos durmiendo no podía contárselo a nadie ni pensar en dormir. Proyectar preparativos, modista, zapatos artesanales, el ramo de novia, la fiesta, el local, el servicio. Cada cosa anotada cuidadosamente en la agenda del año pasado que jamás había usado.
Difícil seleccionar a los invitados; a quién descartar, a quién incluir. Clara decidió que no excluiría a nadie. Ese día no habría diferencia, todo sería felicidad, dicha, ventura.
Apenas amaneció comenzó a llamar a sus amigas. Claudia la primera. Su compinche, la compañera de la primaria, de mates por la tarde al volver del trabajo, su gran confidente.
- ¡Flaca, me caso!- gritó Clara.
- No me digas, me muero de la envidia.
- ¡Si, Carlos me propuso matrimonio! Nos casamos el 21 de septiembre, por civil, iglesia, fiesta, luna de miel. Todo flaca, todo.
- ¡Qué suerte!, sabía que se te iba a dar.
- Me dijo que no podía vivir lejos de mí. Que fuera su compañera. Que quería encontrarme todos los días al volver del trabajo. Que tendríamos muchos hijos, que seriamos muy felices.
-¡Que alegría me das! Carlos es una buena persona, trabajadora, leal, vas a tener una buena vida a su lado. La maravilla de compartir un destino con un hombre apetecible.
-No lo dudo. Se me rompe el pecho de la emoción, hoy mismo voy a elegir el vestido. A Don Juan, el que hace esos bellos zapatos artesanales, le encargaré los míos. Y vos, flaca, serás la madrina. La bella madrina.
- Of course. No lo dudes, del ramo de novia me encargo yo. Me encantan los ramos de novia, estoy pensando que lleves uno con flores naturales, de todos los tipos y colores, sujeto con una delicada cinta rosa.
- Flaca, sos divina. Me alegra que te alegres, vos sabes que casarme era mi gran sueño. Ya creía que mi hora había pasado. Pero Carlos, mi querido Carlos, realizó el berretín de esta veterana.
- Vamos, petisa, no digas pavadas, recién tenés 33 años, sos una adolescente, hermosa, un pedacito de sol y Carlos es lo mejor que hay en plaza.
- Gracias, flaca, pero yo ya no lo esperaba, acordate lo que cantaba Julio Iglesias: 33 años son media vida.
- ¡Y qué vida! vos siempre tuviste suerte con los hombres. El que querías. Sólo tenias que mirarlos, y ahora Carlos. Tremenda pinta, buen tipo y el matrimonio. Sos afortunada, petisa. Yo siempre sola. Tengo que imitar tu atrevimiento.
- No es para tanto, flaca. Ni tantos hombres ni tanta pinta de Carlos. Ya llegará tu hora.
- Si petisa, ya llegará. Ojala tenga tu suerte. Carlos es un bombón, siempre lo fue. Desde que lo conocimos en la playa en Sancle, ¡ídolo! ¡Éramos tan jóvenes!
- Yo siempre lo quise porque admiraba su inteligencia, su don de gente, por su manera de ver la vida.
- Bueno, petisa, tengo que ir al laburo. Suerte y nos vemos.
Esa misma mañana, Clara llamó a amigas, amigos, familiares, conocidos y desconocidos para anunciarles su inminente matrimonio, feliz, exultante. Inmediatamente se puso en acción. Eligió el vestido, encargó los zapatos artesanales, alquiló el local para la fiesta, el servicio de comidas. Clara se encargaba de todo. Carlos asentía.
La fecha estaba próxima. Claudia ya le había acercado el ramo de novia. No serían naturales; curioseando se había encontrado uno armado con flores artificiales, pequeñas rosas blancas, unidas con una cinta rosa.
Clara acompañó a Carlos al sastre, ella eligió las telas. Un casimir gris claro para el civil y otro color negro con rayas grises para la iglesia. En la prueba final, Carlos estaba impecable. Gran pinta, como decía la flaca.
El tiempo pasaba lentamente. La ansiedad de Clara aumentaba, inquieta, radiante, mil proyectos. Al principio vivirían en su casa alquilada, mientras construían la propia en un terreno que Clara había comprado en la esquina, frente a la ruta.
Lo eligió pensando en que tendría toda la cordillera a merced de las ventanas. Llegó el día de la despedida de soltera. La flaca Claudia y María, sus dos mejores amigas, no pudieron ir. Una gripe de primavera lo había impedido.
Clara estaba eufórica, alegre, el mejor humor. La noche anterior a la ceremonia no pudo dormir, se levantó temprano, un baño de inmersión, una refrescante ducha. Se vistió lentamente.
Para el civil, la modista le había diseñado un traje gris sobrio, elegante, bellísimo.
Por algún motivo la hacía más joven. Parecía una niña de secundaria.
A las once era la hora fijada en el Registro Civil. A las 10 -siempre apurado- la pasó a buscar su hermano Jorge en su automóvil.
Al llegar no había nadie. Paulatinamente fueron haciendo acto de presencia sus padres, amigos y parientes.
Faltaban cinco minutos para el acto solemne y Carlos no había llegado. A las doce y treinta todos comprendieron que Carlos decididamente faltaría a la cita. Lo corroboraba el llanto de Clara. Los celulares que ya no intentaban ninguna búsqueda.
Un chico se acercó a la sollozante novia para entregarle un sobre. Clara lo abrió; una hoja blanca manuscrita. Perdóname. Era tu felicidad o la mía. Siempre amé a Carlos. Te quiero. Claudia
 

Imagen de Rita Pelot The Bride of Christ

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