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Amén ¿Por qué así? ¿Por qué tan solo? Me pregunto hace tiempo ¿En qué me equivoqué? ¿Dónde estuvo el error? ¿Qué delito cometí? No encuentro respuesta. Una vida dura, difícil. Empezar desde abajo, trabajando sin descanso, intención de familia. Demasiado atareado, quizás. Ciego, tal vez. Cada día bien temprano, mucha tensión, intenso trajín. La vida se gana día a día. Prudencia, tolerancia, equilibrio. Valores irrenunciables, honestidad, decencia, respeto a la palabra dada, juicio imparcial, decisión pertinente. Incorruptible. Parejo y provechoso. Pocas sonrisas, demasiadas tristezas. Cada día un desafío, una tarea nueva que enfrentar, una cuestión por resolver. Obligaciones, deberes, responsabilidad. Impaciente, ansioso, generoso, mano fácil. Respetuoso de Dios y de las leyes. Estricto, riguroso para juzgarme. Considerado, complaciente en la acción u omisión del tercero. Creo que nunca hice lo que quise. Que hice lo que debía como pude, de buena fe, con ganas, con enorme voluntad, con todo el cariño. Amé con el alma. No me amaron. No fui un tipo querible. Mi forma de pensar, mi amor a la libertad y a la independencia pueden ser razón de tanta marginación. El afán de libertad de opinión, de independencia de criterio, el rechazo a la sujeción y al sometimiento no son virtudes en un lugar donde se hace un culto a la obediencia absoluta al amo de turno. Te transformás en un individuo peligroso, se alejan de vos, quedás aislado. Mirá si se entera el patrón. El otro siempre fue mi preocupación. Que nada le faltara, saber qué necesitaba. Pocas veces pensé en mí. Obstinado, insistente, perseverante. Nunca di nada por perdido. Perro de presa. Jamás claudiqué. Mil argumentos sólidos, contundentes. ¡No hay con que darte!, me dijo Judas. Esa puede ser otra razón del aislamiento. Fundamentos, sólidos fundamentos. Fáciles de destruir donde reinan la corrupción y la impudicia, la infamia, el castigo inmerecido, el desprecio injusto. ¿Y la familia? La familia se desvaneció, se esfumó. Nada por aquí, nada por allá. Así esta soledad. Debí acostumbrarme a ella. Al silencio, al vacío. Armé mi propio mundo, mil fantasías, escribir mis sueños vagabundos, mis antojos que no fueron, ilusiones extraviadas, pasiones maltratadas, los besos comprados, la piel sin caricias. Años sin saber de llamadas, mensajes, visitas. Dormir solo, comer solo, hablar solo, llorar solo. Hace tiempo alguien me dijo que es peligroso bajar las escaleras de madera sin calzado: en un descuido las medias resbalan y las consecuencias pueden ser graves. Sucedió: las medias que abrigaban mis pies desecharon la seguridad del escalón, caí dando tumbos y aquí estoy, en el suelo, boca abajo, muchos huesos rotos, sangre en el piso. Todo ocurrió hace ya unos días. Lo sé por el dolor de estomago, por el hambre. Pierdo la conciencia, me desmayo y despierto. Así una y otra vez. Algo se rompió en mi columna. No puedo moverme. Mi voz es un triste susurro. Cuando despierto miro las amplias ventanas del comedor, la vida al alcance de la mano, tan fácil sería ayudarme, tan sencillo socorrerme. Pero soy para nadie. No llegará ningún auxilio. El dolor va aumentando de intensidad, clamo por el desmayo, la pérdida de conciencia, la muerte. Recuerdo que no pedí a Dios. Pienso que Él tenía planeado este fin para mí. En la mente una oración. Amén. |
Imagen de Roberto Labrador Pizarro |
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